Numerosos son los estudios publicados la última década
que informan sobre los elevados niveles de contaminación generados por los
motores diésel y sus posibles
consecuencias.
El escándalo público y la polémica, sin embargo, son cosa
de los últimos meses. Claramente incentivados por la irresponsabilidad y mala
praxis demostrada por el grupo VW al homologar algunos de sus motores diésel con
un software específico para los test anticontaminación , multitud de medios de
comunicación especializados han indagado en el tema y los resultados no se han hecho esperar.
Las emisiones tóxicas de los vehículos diésel en
condiciones de funcionamiento real superan y multiplican varias veces las
cantidades “previstas” y los valores máximos homologados.
A día de hoy casi
se podría afirmar que el problema es algo generalizado que engloba a
prácticamente todos los fabricantes. En la mayoría de los casos se han
aprovechado los pequeños vacíos legales existentes en las pruebas de
homologación para lograr superar los test de emisiones y obtener los datos de
consumo / emisiones oficiales, que por otro lado suelen ser los que se
publicitan.
Pequeñas tretas tales como aumentar la presión de los
neumáticos, desconectar todos los consumidores eléctricos incluida la
servodirección, utilizar lubricantes específicos … se unen a un ciclo de prueba
sobre rodillos que poco tiene que ver con las condiciones reales de
circulación, ni en carretera ni en ciudad.
De este modo se ha maquillado una realidad que los
habitantes de las principales capitales Europeas llevan padeciendo ya algunos años. El smog fotoquímico, ese manto
entre marrón y gris que se ve sobre las ciudades, tan solo es la parte visible
de un peligro invisible pero muy real, los elevados niveles de óxidos de
nitrógeno ( NOx) producidos por los motores Diesel.
En los últimos tiempos se ha promovido la renovación del
parque móvil y su sustitución por vehículos diésel por parte de las autoridades
en varios países en forma de incentivos y ayudas a la compra. La menor cantidad
de CO2/km emitido ha sido el factor determinante y la lucha contra el
recalentamiento global el objetivo. Se ha “vendido” el vehículo diésel como más
respetuoso con el medio ambiente que el de gasolina, lo cual no deja de ser una
verdad a medias, y no del todo verdad.
La realidad de la revolución diésel es mucho más peligrosa de lo esperado y
debemos conocer el por qué.
La naturaleza del combustible y el proceso de combustión de los motores de gasolina o
diésel determina la diferente composición y proporción de sus respectivos gases
de escape.
Pese a que los motores de gasolina producen en un
principio una mayor cantidad de sustancias contaminantes que los diésel, estas
son fácilmente transformadas en sustancias inocuas mediante un catalizador de
tres vías, lográndose reducir su cantidad en un 95% e incluso más.
En el interior de los cilindros la mezcla aire/ gasolina
mantiene siempre una proporción cercana
a la ideal ( relación estequiométrica ). El combustible se vaporiza y mezcla
fácilmente con el aire gracias a su escasa densidad formándose una mezcla muy
homogénea. El escaso tamaño de las moléculas de los hidrocarburos que forman la gasolina favorece
su total oxidación en un corto espacio de tiempo de modo que la combustión es
prácticamente simultánea en toda la cámara de combustión y muy rápida. La
reacción se completa en aproximadamente 1.5 – 2 milisegundos, variando
escasamente en función del diseño de la
cámara de combustión, la relación de compresión, la temperatura del motor y la
proporción aire/combustible. La cantidad de mezcla contenida en el interior de
la cámara de combustión influye mínimamente en la duración de la reacción de
combustión.
De este modo los gases resultantes son en su mayoría N2 y
CO2 junto a un 1% de CO y 1% de O2 como
resultado de combustión incompleta y una cantidad mínima de NOx y HCs, que
posteriormente el catalizador transforma casi en su totalidad en vapor de agua
CO2 y N2.
El proceso de combustión en los motores de ciclo Diesel
resulta algo más complejo debido a las características del propio combustible y
su funcionamiento de ciclo autoinflamable.
Los hidrocarburos que forman el gasóleo son de muy
diferente índole, básicamente son moléculas de un tamaño mucho mayor y estructura atómica más compleja que los de
la gasolina. Como consecuencia su oxidación completa resulta más lenta y libera
más energía que en el caso de la gasolina. Por contrapartida el combustible
diésel resulta más denso y menos volátil
lo cual dificulta que se mezcle bien con el aire y dificulta su vaporización.
Basta observar la diferente velocidad con la que se
evaporan a temperatura ambiente ambos combustibles para hacerse una idea de su
“predisposición “ química para mezclarse con el aire.
El gasoil es inyectado a alta presión en el interior de
la cámara de combustión. En la actualidad, para conseguir una buena
pulverización del combustible se utilizan inyectores de múltiples orificios ( 5
a 7 por lo general en motores de turismo) , sistemas de inyección de más
de 2000 bares de presión y conductos de admisión de alta turbulencia.
Pese a ello la homogeneización aire /
gasoil no resulta total.
La cuestión es cuanto menos complicada. La “mezcla” debe realizarse en un
ínfimo espacio de tiempo que disminuye
conforme aumenta el régimen de giro del motor y paradójicamente aumenta la cantidad
de combustible que se debe inyectar. Como consecuencia la única forma de
asegurar que se aprovecha y se oxida la mayor cantidad del combustible inyectado es introducir
siempre en la cámara de combustión una cantidad de O2 muy superior a la
químicamente necesaria. Para evitar la formación de partículas de hollín (
hidrocarburos parcialmente quemados ) se debe mantener un exceso de O2 del 9-12
% mínimo. Es por ello que históricamente la mayoría de motores diésel han
trabajado sin estrangulamiento en la admisión de aire, de forma que el trabajo
obtenido del motor se regulaba únicamente mediante la cantidad de combustible inyectada.
Paralelamente, la duración de la combustión y la
temperatura del proceso dependen sustancialmente de la cantidad de combustible
participante. Para regímenes de giro más rápidos se necesita más combustible
que tardará más tiempo en quemarse y logrará una mayor temperatura.
La elevada presión de
inyección necesaria para conseguir una
buena pulverización y penetración / homogeneización del combustible en la
cámara de combustión provoca un enfriamiento instantáneo del gasoil al pasar de
estado líquido en el interior del inyector a estado gaseoso en la cámara de
combustión. Pese a que el enfriamiento supone un retraso en la ignición del
combustible y un verdadero quebradero de cabeza para sincronizar el inicio de
la combustión con el punto muerto superior de los pistones, recordemos que se
autoinflama por la elevada temperatura
del aire comprimido, debemos considerar
que tiene una parte positiva, y es que permite un tiempo “ mínimo” para que el combustible pulverizado se mezcle
con el aire. De este modo la combustión no se inicia justo a la salida de los
orificios del inyector sino más bien centrada circularmente en el interior de
la cámara de combustión.
La elevada concentración de combustible “ frio “ en el
centro de la cámara de combustión contrasta con la escasez del mismo en la zona
más externa de la misma, de modo que la combustión una vez iniciada se
desarrolla de forma bastante diferente en función de la proporción aire /
combustible existente en cada lugar de la cámara de combustión. Si establecemos
la zona intermedia como “ideal” claro
está que la central presentara déficit de oxigeno durante prácticamente todo el
proceso de inyección y la zona más alejada un exceso de oxigeno destacable. Y
aquí es donde empiezan los problemas…
Durante el desarrollo de la combustión en condiciones
desfavorables se generan diversas sustancias contaminantes.
Como consecuencia de la excesiva concentración
de gasoil en la zona central se desplaza el aire y con ello el oxígeno
necesario, dando lugar a la formación de partículas sólidas de hollín,
hidrocarburos parcialmente oxidados, e incluso a la presencia de hidrocarburos
sin quemar en los gases de escape, especialmente a elevados regímenes de
trabajo y altas cargas.
El exceso de oxígeno en la zona más externa de la cámara
de combustión resulta todavía más perjudicial. El desarrollo de la combustión
en el frente de llama con exceso de oxígeno y alta temperatura provoca una
reacción química parásita, la creación de Óxidos de Nitrógeno de diferente
estructura. El nitrógeno ( N2) presente en el aire en una proporción del 78%
reacciona con el oxígeno (O2) a temperaturas superiores a los 1500 ºC y muy
especialmente por encima de los 1800ºC.
La combinación digamos accidental o no deseada del N2 y
el O2 supone un doble problema. Además de la propia creación de los diferentes Óxidos
de Nitrógeno disminuye la cantidad de Oxigeno disponible para la combustión, de
modo que dependiendo de su proporción puede dar origen a combustiones parciales
que aumentan la cantidad de CO y partículas sólidas en los gases de escape.
Al igual que en los motores de gasolina los hidrocarburos
y el CO resultantes de la combustión se
logran eliminar fácilmente mediante un catalizador de oxidación. Las partículas
sólidas u hollín se retienen y posteriormente eliminan mediante un filtro de
partículas poroso. Los NOx sin embargo resultan bastante más difíciles y costosos de eliminar.
Llegados a este punto resulta fácil determinar porque los
modernos motores diésel producen más cantidad de NOx incluso que un motor
relativamente antiguo.
Para obtener mayor rendimiento termodinámico y mecánico
del motor se requiere mayor presión en la cámara de combustión y para lograrlo
son necesarias temperaturas de combustión más elevadas, que propician la
formación de NOx . A tal efecto se debe quemar más combustible en menos tiempo,
en el momento preciso y durante un periodo de tiempo limitado.
Quemar más combustible requiere más oxígeno ( O2) y en
consecuencia más aire (78% N2), de ello se encargan los modernos turbos de
geometría variable. Quemarlo en menos tiempo requiere inyectar más cantidad en
menos tiempo, que se consigue con
mayores presiones de inyección y más orificios en los inyectores. Más orificios
de inyección conllevan mayor número de
frentes de llama que es justamente donde se originan los NOx.
De este modo resulta fácil comprender que la evolución de
los motores diésel haya sacado a relucir su punto débil. Los viejos y lentos
motores diésel no desarrollaban las prestaciones de los actuales, pero tampoco
la cantidad de NOx de estos últimos. Con un solo orificio de inyector en la mayoría de casos y admisión atmosférica
o turbos de bajo soplado no se alcanzaban las altas temperaturas de combustión
que facilitan la formación de tan “irritante” sustancia.
La evolución del parque móvil hacia el diésel es una
realidad evidente en los últimos tiempos… y el incremento en las cantidades y
concentraciones de NOx especialmente en
las grandes ciudades también.
Los niveles de NOx previstos en las grandes ciudades
europeas han sido claramente rebasados muy probablemente debido a la clara
divergencia entre las cantidades teóricas y reales producidas por muchos
vehículos relativamente nuevos.
Ahora que ya sabemos cómo se forman, en próximas entradas de nuestro blog hablaremos
más sobre los NOx, su peligrosidad, como evitar su formación y como eliminarlos
o transformarlos en sustancias no toxicas...
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